martes, 25 de septiembre de 2007

Capítulo Final LA VOZ DE LA SANGRE

-Pasado mañana tendremos el resultado de las pruebas -le informó el cirujano Don José Martín Campos a la señorica.

-¿Y cómo lo ve usted, doctor?

-No me pida una opinión aún, sea paciente y espere, que precipitarse no es bueno. Ahora durante toda la tarde descanse y relájese.

-De acuerdo doctor.

-Así me gusta. Hasta mañana entonces.

-Prima, necesito que me hagas un favor.

-Tú me dirás, Loreto.

-Baja a información y pregunta si está ingresada Ana María aquí. ¡Ojalá la casualidad quiera que así sea!

-¿Tú crees que va a coincidir eso?

-Por estas fechas cumplía. Tal vez...

-Está bien, bajaré. Ahora te cuento.

Se quedó mientras tanto la señorica tumbada en su cama de hospital, dándole vueltas aún a la receta que le había dado su prima y el reto que eso podía suponer para ella, dándole sazón a ese maravilloso guiso, aunque no le quedaba la menor duda de que ahora es cuando estaba más cerca de conseguirlo.

-¡No te lo vas a creer! -le informó nerviosa doña Leonor.

-Cuenta, por favor.

-¡Ana María ha sido madre en este hospital de un precioso niño que ha nacido sobre el mediodía!

-¡Mi sobrino...! ¡Tengo un sobrino...! ¡Los Monteoliva siguen existiendo en el mundo! ¿Sabes en qué habitación está? -preguntó eufórica.

-¡Claro, en la doscientos dos de la segunda planta!

-Después, a la hora de las visitas, bajaremos a verles a los dos.

-Oye... ¿con qué intenciones? Que te conozco...

-Leonor, no te voy a decir que con la receta que me diste el otro día me vaya a salir un guiso de lo más apetitoso, pero créeme si te digo que le estoy poniendo toda mi buena voluntad para que al menos salga comestible.

-¡Qué alegría me da oírte decir eso! ¡Dame un abrazo!

-Las pruebas han sido superadas con éxito -les comentó don Ezequiel al matrimonio- lo cual me produce una verdadera satisfacción. Terminado ello, no me queda más que preparar para pasado mañana el alta provisional para que podáis volver por fin al pueblo, así que irse preparando.

-¡Doctor -contestó trémulo José- déme sus manos que las bese, pues su centro ha sido una bendición para mí!

-¡Quita, quita, que yo no soy el cardenal primado de Toledo, hombre! Todo el mérito te repito que ha sido tuyo íntegramente.

-¡María -exclamó José abrazándola- qué feliz se va a sentir nuestra hija cuando nos vea aparecer por la puerta!

-Bueno, yo os dejo, que me reclaman en otro sitio –contestó el director.

Al quedarse los dos solos en la habitación, lloraron ya a sus anchas de alegría ¡y en ese momento nadie pudo ser más feliz que ellos!

-¡Es precioso el pequeño Miguel! -le comentó el herrerillo a su mujer contemplándolo dormido junto a ella.

-¡Yo no me cansaría nunca de mirarle! ¡Desde luego que un hijo es una verdadera bendición de Dios!

-Si Ani, ¡jamás podía pensar que a una cosa tan pequeña se le pudiese querer tanto!

-Un niño es la culminación del amor en una pareja. Es un regalo divino para completar la flor que falta en el jardín de los enamorados.

-¡Y que vamos a cuidar y a mimar toda nuestra vida para que siempre esté lozana y fragante! -le contestó él.

-Así es. El niño y tú habéis colmado de dicha y de felicidad mi vida. Ya no puedo desear nada más, pues lo tengo todo.

Sobre las seis de la tarde, dejando a madre y a hijo durmiendo, bajó Miguel un momento al jardín del hospital a estirar las piernas y a tratar de asimilar lo de su reciente paternidad.

Instantes después circulaban por uno de los pasillos de la segunda planta las figuras de dos mujeres mayores, una empujando la silla de ruedas de la otra en dirección a la habitación doscientos dos.

La puerta estaba entreabierta, por lo que entraron directamente. La muchacha dormía tranquilamente abrazando a un precioso querubín que también dormía.

Doña Loreto emocionada, aunque ese estado le era impropio comúnmente, observó sin respirar el bonito cuadro que tenía ante sus ojos. En cambio su prima, más que mirar al niño, la miraba a ella por la reacción imprevisible que pudiera tener.

-Álvaro -murmuró la señorica para sus adentros, en tono solemne- tu vida al final ha dado sus frutos. ¡Ojalá pudieras verlo, es tan pequeño, tan bonito...! Míralo, si tiene tus mismas manos y tus mismas facciones. Lástima que la madre no te haya correspondido, pues hoy seríamos todos una familia feliz. Ahora quiero ser tus ojos en este momento para hacerte llegar hasta allá arriba mi enhorabuena y mi pesar, por el hijo tan hermoso que has tenido y que nunca podrás llegar a conocer.

Un movimiento en la cama la hizo volver a la realidad sobresaltándose al ver a la muchacha cómo la estaba mirando con sus grandes ojos.

-¿Usted aquí? ¿Cómo ha llegado a enterarse? ¿Acaso debo pensar bien y preguntarle si le ha hecho efecto su conciencia?

-Gracias por tu comprensión, Ana María. Sí, ya sé que no debería de haber aparecido por aquí, pero sólo te pido que me dejes explicarme.

-Sabe usted que no me puedo negar a eso, doña Loreto -le contestó noble como siempre la muchacha- pero antes, tome, coja en brazos al hijo de su hermano.

Ese gesto de Ana María la dejó descolocada. Ella, que había ido a la defensiva, pensando en que su reacción iba a ser bien distinta, se encontró ahora que la muchacha le abría las puertas y le ofrecía a su sobrino tiernamente. Sus torpes y viejos brazos tomaron al pequeño Miguel, que acababa de despertarse, abriéndole sus grandes y azules ojos a la señorica para delirio de ésta.

-¡Es precioso! -exclamó embobada- Enhorabuena muchacha, te pido que lo cuides y lo hagas el hombre más feliz del mundo. Yo por desgracia sé que no tengo ningún derecho a verlo más. Eso me servirá como penitencia para purgar mis faltas y sufrir mi pena.

-Doña Loreto sería inhumano impedirle ver a su sobrino. Él no tiene culpa de nada ni se merece esto. Por mí no habrá ningún inconveniente en que lo vea cuando guste y me alegro profundamente de que entienda usted por primera vez que es mejor caminar por sendas donde la luz del sol brille continuamente que por otras donde las tinieblas sean las dueñas de ellas.

-¡Es curioso -le contestó la señorica- yo, que me creía la más importante y poderosa de la tierra por tener tanto dinero e influencias, he acabado dándome cuenta a la postre que el verdadero amo de la tierra es el amor sin rencores. Y me lo has enseñado tú, Ana María, la persona que más he odiado en el mundo y a la que más he hecho sufrir.

-¡Si de verdad está arrepentida, eso es lo cuenta! Por mi parte está todo olvidado -le contestó ella con palabras que salieron de su noble corazón.

-¿Qué hacen ustedes aquí? -preguntó airado el herrerillo que volvía a la habitación- ¿Quién le ha dado permiso para coger al niño en brazos?

-Tranquilo Miguel -lo calmó su mujer- doña Loreto y yo hemos tenido una larga conversación y está todo aclarado y perdonado.

-¡Usted nos ha hecho mucho daño a los tres, no sé ahora con qué intenciones y con qué sangre fría se ha atrevido a venir aquí!

-Muchacha, déjalo -le pidió la anciana al ver que le iba a contestar- tiene razón, os he hecho mucho daño. Quizás suene fácil pedir perdón y ya está, pero ahora mismo poco más puedo hacer. Si te sirve de algo Miguel, esta joven que hoy es tu mujer me ha enseñado muchas cosas esta tarde, entre ellas que hay personas dispuestas al perdón ilimitado y eso, valorado en su justa medida, es una virtud a la cual sólo llegan los escogidos.

El herrerillo miró a su Ani viendo en ella la cara de complacencia, no queriendo pues, incidir más en el tema dejándola seguir con el pequeño en brazos.

-Ana María -terminó informándole la señorica- debo decirte que no he venido "exprofeso" a Granada para ver a tu hijo, aunque he estado deseando que este momento llegara. El motivo que me ha traído hasta aquí es hacerme unas pruebas para confirmar una posible y grave enfermedad que sospechan los médicos pudiera tener.

-¡Qué me dice usted, doña Loreto! -se sorprendió la muchacha.

-Lo que oyes, ¿y sabes qué te digo? Que si fuese así, me lo habré merecido por mis malas acciones.

-No diga usted eso, verá como al final las pruebas le salen negativas -respondió ella tratando de darle ánimos.

-Agradezco tus buenos deseos, pero yo sé que no será así, pues el cáncer no perdona.

Quedó impactada la joven madre al oír esa terrible afirmación. Las palabras de la señorica sonaron a un pronto final.

-No pierda usted las esperanzas -insistió- Aquí hay buenos médicos que pueden lograr su curación.

-Lo intentarán, pero la última no te la quita nadie. Lo que sí me gustaría es que Dios me dejase al menos vivir un mes más para poder poner en paz mi alma y también para dejar bien atadas algunas cosas más terrenales.

Ella no comprendió en esos momentos las solemnes palabras pronunciadas por la señorica, pero a la postre resultarían fidedignas y cruciales para el futuro de su hijo.

-¿Como estás Ana María? -preguntó Esperanza al llegar a la habitación del hospital.

-Bien, muy bien. Oye, ¿a que no sabes quién ha venido a verme y ha tenido el niño en sus brazos?

-Pues no sé... ¿alguna amiga tuya del pueblo?

-Del pueblo sí, pero lo que se dice precisamente amiga...

-¿No habrá sido...?

-La misma, Esperanza, la misma. ¿Te lo puedes creer?

-¿Y eso cómo ha sido?

´ -Un milagro del cielo, te lo juro. Ella está aquí también ingresada para unas pruebas. Al parecer le han detectado un cáncer, o eso cree ella al menos.

-¡Vaya por Dios! ¿Y te lo ha dicho así?

-Así mismo, se ve que lo tiene asimilado. La he dejado que sostuviera al pequeño Miguel en sus brazos un buen rato, ella no lo esperaba y la impresión ha sido muy fuerte.

-¡Qué buena eres! Una persona que te ha hecho tanto daño...

-Nos equivocamos muchas veces a lo largo de nuestra vida, pero lo que más vale luego, y hace que todo se olvide, es el arrepentimiento sincero y espontáneo de la persona que inflingió el mal.

-O el gran corazón de la persona que sabe perdonar... -matizó la mujer.

-Mi hijo, Esperanza, podrá tener por fin una tía a la que dábamos por perdida para poderla abrazar y querer, si es que Dios quiere conservarla.

Pasados un par de días, en los que la señorica y su prima no dejaron de visitarla, le dieron el alta por fin. Ana María no quiso irse del hospital sin despedirse de ellas y facilitarles su dirección en Granada.

-Ya me voy doña Loreto, todo me ha ido bien y ya nos llegó la hora. Espero que lo suyo solo sea una falsa alarma, se lo deseo de todo corazón.

-¡Gracias muchacha, pero no será así!

-De todas formas confío en ello y estoy segura de que pronto le darán a usted también al alta. Cuando eso ocurra, pásese por mi casa, en la que estaré encantada de recibirla.

-En estos días me será imposible. Debo de volver al pueblo cuando me la den y arreglar unos asuntos. Pero en la próxima vez que vuelva, te prometo que me pasaré por allí.

-Como usted quiera. Ánimo, y a tirar para adelante.

-Déjame al pequeño que le dé un último beso y un abrazo -le pidió doña Loreto- Y cuídalo mucho, que es un cielo de niño.

La hermosa casona con sus amplias habitaciones le resultaba a la madre, después de unos días en el hospital, como un grandioso palacio en el que casi se perdía.

-Pasa Ani, pasa... -le pidió el herrerillo, con ganas de mostrarle algo que escondía en la habitación.

-¡Miguel, eres especial! -exclamó ella al ver una preciosa cuna y un carrito para el bebé que había comprado durante su ausencia- Ven que te dé un besazo, te lo mereces.

-Bueno -contestó un poco abrumado- Esperanza también me ha ayudado, sobre todo a escoger el carrito, pues yo no entendía mucho de esas cosas.

-¡Que suerte tiene el pequeño Miguel de tener un padre y una segunda madre como vosotros! -terminó diciendo mientras lo abrazaba.

-Con cuidado Esperanza, que el ombliguillo no lo tiene todavía seco.

-Ya... ya... mujer. ¡Vaya baño que vas a pillar! ¿Eh, pillín? -le habló al bebé mientras lo preparaba para ello- Y ahora, ya que te has quedado bien limpito, un poquito de colonia y una peinadita para que Miguelito esté guapo y huela bien ¿verdad?

A la mujer, mientras lavaba y peinaba a ese niño, se le agolparon los recuerdos del suyo en la cabeza. Aquellas tardes, cuando después de la siesta le hacía exactamente igual, para luego pasearlo con la fresquita por la plazoleta... No pudo más, unas lágrimas delatoras rodaron por su mejilla no pasando inadvertidas por Ana María.

-Te recuerda a tu Pablito, ¿no es cierto?

-Sí, perdona, no lo he podido evitar.

-Tranquila mujer, ya sabes que este niño también es tuyo aunque no podrá nunca sustituir al que perdiste, pero al menos hará que te sientas madre otra vez reviviendo esos mágicos momentos, pues en el pequeño Miguel también vive tu pequeño.

El sonido del picaporte de la puerta distrajo un momento la conversación de las dos mujeres.

-Ya voy yo -gritó Miguel desde el patio.

Al abrir la puerta la sorpresa que se llevó no pudo ser más fuerte. El propio José, bien vestido y erguido como un junco era el que había llamado y venía acompañado por su mujer. Al albañil se le veía mucho más delgado, pero su cara denotaba una alegría inmensa.

-¿No nos vas a decir nada? -preguntó María a su yerno, cortado delante de ellos por la impresión.

-Si... claro... me alegro mucho de verles, sobre todo a usted José, de pie y caminando. Pasad. ¡Ani... baja, por favor, que hay dos personas que te esperan!

-Voy enseguida Miguel. Esperanza, ten cuidado del niño, que baje a ver quién es.

-¡Madre...! ¡Padre...! ¡Dios mío...! -gritó con las manos puestas en su cara llorando de felicidad- ¡Padre, está usted andando nuevamente! ¡Qué alegría acaban de darme!

-¡Hija -le preguntó la madre fijándose en la barriga- ya...!

-Si, ya son abuelos por fin. Suban, que el pequeño Miguel está deseando conocerles.

A la espléndida noticia de la recuperación total de su padre, después de tanta separación y de tantos sacrificios, se le unió a la muchacha la inmensa alegría de que los abuelos conocieran a su primer nieto, para redondear un día que quedaría en los anales de su historia más feliz.

Pero aún quedaba algo. Miguel, venido del pueblo el día de antes, a donde fue para dar la feliz noticia a su familia y amigos y ver cómo marchaban, también había traído una fenomenal sorpresa que era la guinda que le faltaba al día para ser el más especial.

-¡Padre, madre -exclamó la muchacha enterada por Miguel de ello- la cosa ya está completa al tenerlos a ustedes aquí, pero la noticia que me falta por daros, seguro que les colmará de satisfacción!

-¿Qué nos tienes preparado, hija? -preguntó José.

-Algo especial para usted. Su hermano Domingo y la tía Andrea han confirmado en esta carta que vienen por fin estas navidades...

-¡Mi hermano! ¿Has oído María? ¡Mi querido y soñado hermano entre nosotros...!

El cuadro familiar, con abrazos y jolgorio por parte de todos, marcó el resto de la tarde, convirtiéndose en el punto de inflexión entre las penas vividas y las alegrías que se amontonaban en el horizonte.

Al estar tan pequeño aún el niño optaron por quedarse una semana más en la capital para evitarle de momento un viaje tan prolongado. Miguel y su mujer, así como los padres de ella, disfrutaron durante esos días de una convivencia ya casi olvidada entre ellos.

-¡Es magnífico madre estar todos bajo el mismo techo! Me he sentido muy sola y desamparada sin tenerlos a mi lado. Llegué a pensar alguna vez que nada sería igual y eso me aterrorizó.

-Tranquila mi niña, hay que tener fe y ser cristianos como te enseñé. ¿Ves como al final todo nos ha salido bien?

-Sí, tiene usted razón, todo nos ha salido bien.

-Falta ya una semana para la visita de los tíos -prosiguió la madre girando la conversación- y me gustaría darle una vuelta a la casa. Además no te oculto que tanto tu padre como yo empezamos a sentir añoranza del pueblo.

-Sí, lo entiendo y no se preocupen -le contestó ella acariciándole el pelo- ya lo habíamos hablado Miguel y yo y nos iremos pasado mañana día quince, se lo pensaba decir ahora.

-¡Estupendo corro a decírselo a tu padre, se alegrará mucho!

Al día siguiente por la tarde, víspera ya del regreso al pueblo, unos suaves golpes sonaron en la puerta. Esperanza corrió a abrir.

-Buenas tardes, ¿la casa de Ana María Lozano?

-Sí aquí es, pasen ustedes, enseguida le aviso.

´ Subió la mujer las escaleras a toda prisa para avisarla, con la boca seca por la impresión.

-¡Ana María...Ana María, que tienes visita!

-¿Qué pasa Esperanza? ¿A que viene tanto jaleo? Que me vas a despertar al niño.

-¡Doña Loreto y su prima, que están abajo...!

-¡La señorica aquí! -exclamó incrédula la muchacha- No sé, algo se trae entre manos, esto no es sólo una simple visita de cortesía.

-Buenas tardes señoras, es un honor recibirlas en mi casa. Por favor, pasen al salón.

-¡Doña Loreto! -exclamó enérgico José, que salió alertado con su mujer de la habitación- ¿Cómo tiene el valor de pisar esta casa?

-Tranquilo padre, se lo puedo explicar yo mejor.

-No hay explicaciones que valgan, hija, esta mujer te ha inflingido mucho daño y por ende a todos los que te queremos, no debes escucharla más.

-Eso, Ana María -aconsejó la madre- debes de hacerle caso a tu padre.

-Os pido a los dos que os calméis, por favor -terció la muchacha- si están aquí es por que yo las he invitado.

-¿Has sido capaz de hacer una cosa así? ¿Te has vuelto loca? -volvió a replicar el padre.

-José -habló la señorica- ante todo me alegra enormemente verte recuperado después de lo que habrás pasado. Por otra parte, comprendo que tengáis motivos los dos para sentirse así. No tengo palabras para expresaros lo mal que me he portado con todos vosotros y pedir perdón suena a poco. Vuestra hija en el hospital tuvo el noble gesto de escucharme, de comprenderme y lo que es más importante, de perdonarme, cosa que le agradeceré eternamente.

-Así es padres -corroboró la muchacha- Doña Loreto es otra, creedme.

-El nacimiento de vuestro nieto y sobrino mío -prosiguió -me ha terminado de abrir los ojos y el corazón. No sé si sabréis que me queda poco tiempo de vida, aunque los médicos no me lo quieran decir por las claras, pero las pruebas confirman lo de mi enfermedad definitivamente...

El matrimonio cambió de golpe el rictus ofensivo, cambiándolo por el de la sorpresa.

-...por ello, lo he visto muy claro. Si de algo me alegro de esta enfermedad es de que por lo menos me haya dejado tiempo para solucionar unos trámites que he estado ultimando estos días en el pueblo...

Un silencio, mientras no hablaba ella, recorría todo el salón. Un silencio de complicidad compasiva.

-...toma Ana María -le alargó doña Loreto una carpeta que portaba entre sus manos- a mi muerte ve con ella al notario. El legado de los Monteoliva queda desde este momento depositado en las únicas y merecedoras manos. Las tuyas y las de tu pequeño hijo y sobrino mío para que me recuerde cuando sea mayor y pueda disfrutar de los bienes que le corresponden por ley.

-Pero... -trató de balbucear la muchacha.

-No -la cortó la señorica- bastante has sufrido ya. La vida premia a los justos como tú y castiga a las malvadas como yo. Sólo me iré con la pena de no poder ver a mi sobrino crecer y hacerse un hombre. Tal vez si hubiese actuado de otra forma, la vida me hubiese dado otra oportunidad de perdón.

-No sé -le contestó la muchacha- muy bien adonde quiere llegar. Si es lo que yo me imagino, creo que esa acción le redimirá de toda culpa ante los ojos de Dios.

-¡Ojalá sea así! Rezad todos por mí, ayudando con vuestras súplicas a que el señor se apiade de mi pecadora alma.

Nadie dijo nada más. El silencio se podía cortar. A todos les embargó una tristeza poco común. Ante ellos aparecía una mujer decrépita y enferma a la que la vida se le escapaba por momentos. Una mujer que lo tuvo todo y que manejó los hilos de muchas personas para desgracia de éstas. Una mujer fuerte, calculadora y arrogante, que ahora no era más que una simple piltrafa humana acuciada por la reseca muerte. Una pobre anciana que no entendió que la vida no tiene nunca carácter retroactivo, pero que si lo hubiese tenido, ese páramo que sembró y abonó con maldades e injusticias lo transformaría ahora, sin lugar a dudas, en una huerta fecunda, como la de doña Ana, sembrada de esperanza y de futuro para todos.

Aunque tarde, comprendió la señorica que la mejor posición, la mayor riqueza, es saber ganarse, como Ana María, el corazón de las personas con la bondad, el perdón y los buenos sentimientos, pues eso, a diferencia de los bienes terrenales, perdura siempre incorruptible a través de los tiempos en una vida que para ella por desgracia... estaba anocheciendo.

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