martes, 25 de septiembre de 2007

Capítulo XXV LA BODA. EL PEQUEÑO MIGUEL.

-¿Quieres que llamemos al médico? -le preguntó nerviosa doña Leonor a su prima.

-No, no hace falta, si ya se me va pasando, déjalo.

-¡Eso no es por bueno, te has quedado blanca como el papel!

-¡Ha debido ser de una mala digestión, no te preocupes!

-De todas formas, me quedaría más tranquila si te ve Luís.

-¡Está bien, pesada, llámalo! -le contestó una pálida mujer que acababa de tener un episodio de mareos y angustias, acompañado de sudoración intensa.

No tardó en llegar el facultativo con su maletín de urgencias.

-¡Buenos días doña Leonor! -preguntó- ¿Dónde se encuentra la enferma?

-Pasa a la sala, allí te está esperando.

-¡Vamos a ver cómo se encuentra esta mujer y a tratar de averiguar lo que le ha pasado! -comentó el médico una vez delante de ella.

La notó pálida y ojeriza. La primera impresión no le gustó nada. Después de una larga exploración, doña Loreto le preguntó:

-¿Qué me encuentras Luís? ¿Qué ha podido pasarme?

-Humm... -contestó el galeno después de estar unos segundos callado- No es normal esto. La tensión sigue teniéndola bastante alta y su corazón a veces va con algo de arritmia.

-Y eso...

-Sin pruebas analíticas no puedo hacer una valoración exacta. ¿A usted no le ha dolido fuerte la barriga en estos últimos días?

-La verdad es que sí -le contestó la señorica- acompañado de unas angustias raras.

-Desde hoy y hasta clarificar más adelante su diagnóstico, le voy a poner una dieta blanda y sobre todo, se va a tomar un líquido que le prepararé yo mismo en la clínica. Unos calmantes le recetaré también, sólo para casos de dolor fuerte. Y mañana en ayunas le extraeré la sangre para el análisis.

-De acuerdo, aquí te espero entonces.

-Aquí estaré a primera hora, queden ustedes con Dios.

-Esperanza, deja, si ya puedo hacerlo yo.

-No, déjame a mí, que a ti no te conviene coger peso -le respondió a la muchacha, estando las dos poniendo la mesa.

-Hola Esperanza -saludó el joven entrando en la casa a la hora ya de la cena- ¿Que tal cariño, cómo os encontráis las dos cosas que yo más quiero?

-Bien, y tu trabajo nuevo ¿qué tal?

-¡Fenómeno! Y además el señor Julio es una excelente persona.

Miguel, vista la imposibilidad momentánea de estar en el pueblo, se buscó, hacendoso como era él, un trabajo en el barrio con el que mataba las horas del día y de paso traía unas pesetas a la casa. Esperanza era la más favorecida con ello, pues el sueldo casi íntegro del herrerillo iba a parar a ella, queriendo con ello ayudarle para que en el futuro pudiera tener su vivienda propia, cosa que la mujer agradecía enormemente.

La cena transcurrió entretenida como siempre. Esperanza se marchó nada más terminar al piso de arriba a descansar. El herrerillo y Ana María se quedaron solos.

-Miguel -comentó- a veces pienso que no estamos haciéndolo bien.

-¿Te refieres a vivir los dos bajo el mismo techo?

-Así es. Estaremos levantando muchas habladurías.

-Por mí que se levanten las que quieran Ani, nos queremos y no tenemos nada que ver con la gente.

-No es tan simple. Ya sé que me quieres y me respetas, pero en esta sociedad machista la mujer del César no sólo tiene que ser honrada, sino además parecerlo.

-No te entiendo...

-Espera, déjame que termine. Ya ni siquiera es por nosotros, acuérdate de lo que nos pasará el mes próximo. Por no decirte que el cura no nos lo bautizaría siquiera al ver que no estamos casados, ya conoces a la iglesia.

-Nuestro hijo, ¿verdad?

-Claro. Él se merece un padre y una madre. Miguel -le pidió sin más preámbulos- si tú lo deseas y lo sientes de verdad, quisiera que nos echáramos las bendiciones antes de eso.

-Ani, lo deseó tanto como tú y creo que tienes razón, como siempre. Sólo me quedará entonces la pena de no haber cumplido mi sueño de verte guapa y radiante vestida de blanco ante el altar de la Inmaculada allá en el pueblo.

-La vida no da muchas veces qué elegir y tienes que coger la única opción que te presenta; ahora ya no pienses en eso, sino en el pequeño Miguel.

-¿Así lo llamaremos? -preguntó rebosante de felicidad.

-Sí, quiero que sea otro gran poeta como tú, sensible y cariñoso.

-¿Cómo te puedo querer tanto, Ani...?

-¡Será porque yo te dejo, tonto! -le contestó socarronamente.

Pasadas dos semanas, un dieciocho de noviembre, con el tío Frasquito y María de padrinos, vestidos de una manera elegante, y la asistencia de todas las amigas y amigos de ellos, se celebró muy cerca de su casa granadina, en la iglesia de San Nicolás, la ceremonia de enlace entre ambos.

-¡Hija... Miguel…! -le decían los padres después del acto, abrazados a ellos y llorando de felicidad- ¡Nos acabáis de hacer las personas más felices del mundo!

El tío Frasquito lloraba abiertamente de emoción, abrazando también a su sobrino y a la que podía considerar ya también como su sobrina. Antonio y Candela vivían el momento pletóricos de alegría y de satisfacción. Y hasta el pequeño Paquito, el hijo de ellos, de sólo unos meses, parecía en brazos de su madre querer reír él también, quitándose su chupetito.

Todos su fueron a celebrarlo a la casa del Albayzin. Su gran patio se convirtió en lugar improvisado de ceremonias, donde, ayudados por un día espléndido de temperatura, y como no, por la alegría y las bromas que derrochó el bicho de Julia, pudieron gozar y festejar, hasta bien entrada la noche, la unión de dos personas que habían sufrido demasiado para poder, por fin, dar carpetazo a sus desdichas y mirar con esta unión su futuro de una forma más esperanzadora.

-¡Fue fantástico muchachas -les comentaban Clara, Angelitas y Julia a Eloísa y a Gracia, en el mirador- qué lástima que la señorica no os dejara ir.

-Sí, fue una pena -se quejó la mayor - pero por más que insistimos, no los lo permitió, es más hasta nos prohibió que hablásemos de ello con nadie.

-Es normal -contestó Julia- ¿Cómo os iba a dejar? Ella hubiese querido otra cosa.

-Fue un puro llorar todo el rato -prosiguió Clara- Ana María cogida del brazo de Miguel por ese pasillo adornado de flores y toda la familia y amigos contemplándolos cómo avanzaban por él... Cuando se dijeron el "sí quiero" ya fue lo máximo.

-Ellos se acordaron mucho de vosotras en todo momento- contestó Angelitas.

-Claro, de sobra saben -comentó Eloisa- cuánto los apreciamos y estoy segura de que se habrán hecho cargo de nuestra ausencia. Cuando regresen al pueblo los felicitaremos convenientemente.

-Aparte -intervino su hermana- de hacerles un regalo que ya tenemos guardado para ese día.

-Vendrán muy pronto, os lo aseguro -afirmó Julia- Ahora lo primordial es salir del paso con ese niño.

-Por cierto -apuntilló Eloisa- mientras eso pasaba, doña Loreto se retorcía de dolor. Algo debió de darle en la barriga, pues tuvimos que llamar al médico y todo.

-¿Sí? -exclamaron incrédulas las tres amigas a la vez, afirmando Clara:

-Mirad, nadie quiere ver malo a otro, ¡pero que se joda esa bruja! Sin duda fue un castigo divino y estoy segura de que le vendrán otros peores.

Aquella premonición quedó flotando en el ambiente, casi convertida en un hecho que en un futuro muy próximo llegaría con todas sus consecuencias.

-¡Buenos días señora! -saludó el médico en casa de doña Loreto.

-Hola Luís -contestó la señorica- ¿Tienes ya las pruebas?

-Así es. De la analítica hecha la semana pasada hay algo que quiero comentarle.

El médico se quedó callado durante unos segundos mirándola. Iba a responderle, cuando entró en ese momento doña Leonor a la sala.

-¡Siga... siga! -le pidió doña Loreto- Lo que tenga que decirme bien lo puede oír mi prima, pues ya nos hemos hecho como hermanas.

-De acuerdo, le iba a decir que los análisis no han salido del todo bien. Naturalmente no pretendo asustarla, ni precipitarme en el diagnóstico sin que la mande al hospital provincial, donde pruebas más exhaustivas confirmarán o desmentirán lo que yo sospecho.

-Dime la verdad Luís, a mi edad los golpes duros los suele suavizar la pomada del tiempo vivido.

-Perdóneme usted, pero de verdad creo que es tontería aventurar aún nada, una cosa es lo que yo crea y otra quizá bien distinta sean los resultados de las pruebas, usted lo entenderá.

-Se lo estoy pidiendo yo ¿no le consta? -insistió la señorica.

El facultativo, moviendo la cabeza y apretando los labios, dudó en esos momentos qué hacer. Al final no tuvo más remedio que soltar su veredicto.

-Acoja este comentario con todas las reservas del mundo, pues para ser fidedigno ya sabe que se lo tienen que confirmar en el hospital, pero creo que usted puede padecer un carcinoma de páncreas.

-¡Jesús ! -exclamó doña Leonor llevándose las manos a la cara.

-Tranquila prima -la serenó la afectada indolente- este veredicto ha servido para darme cuenta, aunque bastante tarde, de que no somos eternos.

-Doña Loreto -intervino de nuevo el médico- en estas enfermedades el tiempo corre a nuestro desfavor, por tanto, y si usted me lo autoriza, le voy a ir pidiendo cama en el hospital para proceder a las pruebas exploratorias que procedan, sin más tardanza…

-Adelante, haz tu trabajo, yo desde este momento estoy a tu disposición.

-¡Don Ezequiel cuánto bueno por aquí! -exclamó María al verle entrar en la habitación.

-Hola doctor -saludó el albañil.

-Os traigo buenas noticias. Pasado mañana, mis médicos y mis fisioterapeutas te van a hacer unas pruebas José para valorar y cualificar objetivamente los progresos de tu recuperación. Mi consejo es que no te esfuerces para lograr aparentar más de lo que puedas hacer. Hazlo con naturalidad. Si de ellas sales satisfactoriamente, en los próximos quince días te daremos el alta, provisional claro. Luego tendrás que acudir al centro una vez al mes en principio para seguir haciéndote nosotros el seguimiento necesario para tu completa y total recuperación.

“¡Por fin Dios mío!” pensó María “Por fin se ve la luz al final de este oscuro e interminable túnel”.

-Muchas gracias don Ezequiel -le contestó el paciente estrechándole la mano- ¡No se imagina cuantas veces he soñado con la palabra “alta”!

-Esa palabra es un regalo que te vamos a hacer sólo porque tú te lo has ganado con tu esfuerzo continuo, sin caer nunca en un fácil desaliento.

-Y los cuidados y las manos que me han atendido -matizó el albañil.

-Sí, pero todo eso no vale para nada si no hay constancia y propósito, así que prepárate, que pronto habrá que ir echándote de menos.

Don Ezequiel personalmente lo haría cuando José ya no estuviese allí. Veía en él un alma noble y un dechado de virtudes y de sacrificio llegando a considerarlo como su mejor paciente y un ejemplo a seguir para todos los internos.

-Gracias Esperanza, no tenías que haberme traído el desayuno a la cama, ¡mujer, me estás mal acostumbrando!

-Calla ya, ¿es que no has visto lo gordita que estás? Deja descansar a tu hijo y a desayunar.

-Mi hijo me tiene asustada. ¡A ver si va a ser muy gordito y no me lo van a poder sacar! Hija, no te oculto el miedo que tengo, pues nunca he pasado por esto… ayúdame.

-Muchacha, estate tranquila que tu hijo nacerá sin problemas, ya lo verás. Las viejas os cuentan muchas cosas asustándoos la primera vez. Que si duele mucho, que si esto, que si lo otro, pero luego todo es muy rápido y casi no te enteras. Además, yo voy a estar a tu lado siempre y en todo momento.

-¡Qué buenas eres Esperanza! ¡Quien te puso ese nombre no te pudo poner otro mejor!

-Por cierto -comentó ella -no es que te quiera poner más nerviosa, pero el día veintinueve cambia ya la luna.

-¿Tres días sólo? -preguntó acelerada la futura madre.

-Sí, y yo me guío más por eso que por los días en sí. ¡Vete preparando que el pequeño Miguel está asomando ya las orejillas! -le contestó riéndose un poco.

-Bueno, de todas formas es un camino que hay que recorrer, ¡pues contra más pronto lo hagamos, mejor! ¿No te parece?

-Me alegro que lo vayas asimilando. ¡Esa es la Ana María que yo quiero ver!

-¡Te has quedado en el mismo sitio que estabas! -le comentó doña Leonor a su prima.

-Las pruebas confirmarán lo dicho por Luis, estoy segura, por tanto ya no me queda mucho tiempo… Como tampoco me queda mucho tiempo para recuperar lo que es mío y dar con ello continuidad a la saga.

-¿Te estás refiriendo al hijo de Ana María?

-Así es, prima. ¡Fíjate qué paradoja, hasta me va a venir bien estar en Granada y a lo mejor coincido en el hospital con ella, también ingresada, pues si no me equivoco, mis cuentas vienen a cumplir en unos días!

-¿Y que estás maquinado, insensata, arrebatarle al hijo recién nacido de sus brazos?

-¡Ese hijo me pertenece! -exclamó airada doña Loreto- ¡Lleva sangre de los Monteoliva, la sangre nueva y joven que necesita nuestra casa!

-Escúchame prima, los métodos con los que pretendes intentar que tu dinastía continúe son de todo punto miserables y equivocados, perdóname que te lo diga así. Ni todo tu poderío, ni toda tu grandeza, ni siquiera tu abundante dinero, podrán esta vez servirte para que ese niño cuando crezca, se sienta orgulloso de su tía y te dé ese beso filial y cariñoso que sólo compra la moneda del amor.

-¡Déjate de disertaciones baratas sobre el trasnochado amor; si no lo hago así jamás tendré entre mis brazos a mi futuro sobrino!

-¿Ves como no me quieres escuchar? Por mi parte no te lo voy a repetir más. El hijo de Ana María vendrá a ti ganándotelo a pulso, ayudado por una infalible receta que te voy a dar: En el caldero del corazón pones unos gramos de entendimiento, dos o tres cucharadas de perdón, una hojita de olvido, y sobre todo, una abundante dosis de amor, todo ello cocinado en el lento fuego de la convivencia, sazonándolo después generosamente con unos buenos puñados de cariño y verás como ese plato te podrá hacer el milagro, pues será el de una unión futura en paz y armonía con tu sobrino y con su madre.

-¿Me estás pidiendo que me rebaje, que perdone y que olvide?

-¡Te estoy pidiendo que por una sola vez en tu vida seas de verdad inteligente y dejes que entre la claridad en tus múltiples zonas oscuras!

La tarde perdía luz a través de la ventana de la sala. Doña Loreto miraba los macizos de flores que poblaban el huerto, salpicándolo de un colorido que tornaba ya en pardo. Aquella conversación con su prima, por primera vez en su vida, le había activado unos sentimientos que ella misma desconocía poseer. Sin lugar a dudas habría un antes y un después en el comportamiento y en los planes futuros de la señorica.

-Y así es señor Julio -le informó el herrerillo a su nuevo jefe- durante ese periodo no podré acudir al trabajo, pues mi mujer me necesita, está a punto de parir.

-Lo primero es lo primero muchacho, aquí estás cumpliendo bien y por eso te respeto. Haz lo que tengas que hacer y no te olvides de que aquí te seguimos esperando con los brazos abiertos.

-¡Gracias otra vez señor Julio, es usted una bella persona!

-Llegas bien para el almuerzo Miguel -le informó Esperanza, acabando de preparar un delicioso arroz que llenaba de aroma la casa.

-Hola, vengo de despedirme del jefe alegando lo de mi mujer, que por cierto, ha respetado y comprendido mi decisión dejándome de nuevo las puertas abiertas.

-¡Tú vales mucho y él no es tonto!

-¿Y ella? -preguntó el herrerillo no dándose por aludido ante el piropo que acababan de soltarle.

-Estará al bajar, yo la llamo. ¡Ana María, que ya tienes aquí a tu esposo!

-Sí, enseguida estoy con vosotros. Perdonad, estaba entretenida en meter en el bolso los papis y la ropita del bebé y con ello en las manos, se me ha ido el santo al cielo.

-¡Qué poquito te queda ya cariño! -le contestó Miguel acariciándole el vientre, una vez que la tuvo cerca.

-¡Venga, vamos a comer -exclamó Esperanza- que es arroz y se enfría!

En la sobremesa todos charlaban amenos.

-¡Cuánto me alegro -comentó la mujer- que os haya dejado a vosotros la casa doña Ana, pues así he podido tener la inmensa suerte de conoceros!

-¡Nosotros podemos decir lo mismo –replicó la heredera- tú sí que eres la persona más filántropa que he conocido!

-¿Y esa palabra es buena? -preguntó riéndose la agasajada mujer- ¿O es que me estás insultando?

-¡Para nada! -se rió también Ana María- Filántropa es una persona que se dedica a ayudar a otras personas y procura su bien de manera desinteresada.

-¡Ah... bueno, si es así...! De todas formas perdona mi ignorancia.

-Estás perdonada mujer -ironizó la muchacha.

El taxi de Ramón ya estaba en la puerta de la señorica. Don Luís salió en esos momentos de la casa sujetando del brazo a la dueña, acompañándola hasta el coche. La mañana de aquel día, primero de diciembre, amaneció bastante fría. Unos densos nubarrones se dejaban entrever por encima de las altas montañas que rellenaban el horizonte.

-Déle este papel nada más llegar al doctor don José Martín Campos, que es el director de la planta de oncología -le rogó el facultativo a doña Loreto.

-No te preocupes, así lo haremos -le contestó doña Leonor, montándose también con su prima en la parte trasera del vehículo.

-¡Tomás, Gracia, Eloísa, cuidad de la casa en nuestra ausencia -le pidió la señorica a sus empleados bajando la ventanilla.

-Vayan tranquilas -les contestaron todos- ¡Y venga pronto recuperada!

El vehículo, sin más, partió lento y humeante, sabedor del largo camino que le esperaba hasta la capital.

-¡Esperanza... Esperanza...! -gritó Miguel muy de mañana tocando a la puerta de su cuarto.

-¿Qué pasa hombre? ¿Ana María...?

-¡Sí, esto viene de camino, corre, creo que ya ha roto aguas!

-¡Dios mío, qué me dices, pues si no nos damos prisa nos va a nacer aquí! ¡Sal a la calle y busca un coche, rápido, que no tenemos tiempo! -le ordenó la mujer subiendo a toda prisa las escaleras dirigiéndose hacia la habitación de la parturienta.

-¡Ana María...! ¿Cómo estás?

-¡Ay Esperanza, creo que esto ya no espera más, mira, estoy chorreando!

La mujer contempló el húmedo camisón que delataba los hechos.

-Tranquila, he mandado a Miguel a buscar un coche, no debe tardar. ¡Venga, déjame mientras que te ayude a cambiarte de ropa!

-¡Ya tenemos aquí el coche! -gritó el herrerillo acelerado desde el patio- ¡Bajad enseguida!

Quien las vio en su casa, las vio en el hospital. Rápidamente la pasaron, después de un brevísimo reconocimiento preliminar, directamente al paritorio. Esperanza y Miguel se comían las uñas nerviosos dando vueltas por la sala de espera, aguardando noticias. A eso de las once, una enfermera los llamó.

-¿Es usted Miguel?

-Sí, señorita, para servirle.

-¡Enhorabuena, ha sido usted padre de un hermoso niño que ha pesado al nacer tres kilos ochocientos gramos…!

-Gracias, muchas gracias. Y la madre ¿se encuentra bien?

-Perfectamente, ahora está en recuperación, pero es joven y se repondrá rápido.

-¿Y cuándo podremos verlos?

-Ahora necesitamos lavar al crío y hacerle unas pruebas. A lo largo de la tarde podrán hacerlo. Y lo mismo os digo con ella.

Miguel lloraba de emoción y eso que no era su hijo, pero quería tanto a su Ani, que lo de ella, lo hacía suyo también. Esperanza, a su vez, recordó los momentos tan felices que pasó al dar a luz a su malogrado hijo y sintió a este niño casi como si lo hubiese parido ella misma.

El momento de entrar en la habitación y ver a la madre con el recién nacido en brazos supuso para Miguel una instantánea imborrable que perduraría a lo largo de toda su existencia.

Ella sostenía en su regazo a un niño moreno, de manos regorditas y cara blanca y angelical. Su mirada se desvió un momento hacia la puerta para verle penetrar y acercarse a la cama. En ese momento, unas lágrimas la embargaron, mientras le daba a conocer a su hijo, al de los dos.

-Ani... no tengo palabras... ha sido todo tan rápido y tan mágico...

-Miguel ahí tienes a tu hijo, cógelo y siente su vida en tus brazos.

La sensación que experimentó el bisoño padre fue sublime. Un ser tan frágil y tan desnudito, que venía a bendecir su unión, a sellar su amor.

-Tiene tus mismos ojos, Ani, y tu misma boca...

-Y sin duda -contestó ella convencida- tendrá tu mismo corazón y tus mismos sentimientos. Esperanza, ven, coge también a tu hijo y siéntete madre de nuevo.

-¡Enhorabuena Ana María, has tenido un ángel precioso! Dios te lo bendiga.

No hay comentarios: