martes, 25 de septiembre de 2007

Capítulo XXIII LA GRAVE DISCUSIÓN. LA CÁRCEL.

-Las cosas se nos están yendo de las manos Álvaro.

-¿Tú crees? -le contestó dubitativo el hermano.

-Sí. Ahora sé que la petición por parte de Ana María el otro día para ausentarse fue para ir a Granada con el picapleitos ese que nos ganó el juicio a efectos de escuchar la lectura de un testamento por parte del notario. ¡Lo sé de buena tinta!

-¿Un testamento? ¿Y qué supones que ha heredado?

-¡No te enteras de nada Álvaro! Doña Ana, que en paz descanse, fue la promotora y ella misma la bienhechora también de todo esto. Como agraciada ya te puedes hacer una idea de quién pueda ser.

-¡Eso es imposible! ¿Cómo pudo esa condenada vieja haberle dejado nada a ella?

-No olvides que era su madrina y que entre las dos familias siempre existió una buena unión.

-¡Con todo y eso! ¡A las monjitas se lo doy yo antes que a esa...! -exclamó indignado el alcalde sopesando por primera vez las consecuencias.

-Hermano, no sabemos el alcance de la herencia por parte de la muchacha, pero debemos estar prevenidos. Si es la que nos imaginamos será entonces la ruina para nosotros, volando pronto de esta casa con tu hijo a cuestas.

-¡Eso no lo permitiré nunca Loreto, tendrá que pasar antes por encima de mi cadáver!

-Álvaro, la cosa ha dado un giro inesperado a su favor, debo de reconocerlo. Esa niña va a pasar de pobre de solemnidad, achatada por nosotros, a ser una rica heredera, sin necesidad ya de nuestro dinero, ni para ella, ni para sus padres, por tanto...

-¡Maldita sea! -repitió el cacique poco acostumbrado a no dominar las situaciones- Esa condenada muchacha se nos puede ahora subir a las barbas.

-No nos queda otra cosa que esperar. Ella misma nos advertirá del cambio y de su importancia; mientras tanto, haremos como que no estamos al tanto, será lo mejor.

-Esa tal doña Ana tenía tierras y casas, la mal nacida… ¡con esa herencia cualquiera se convierte en rico! -cavilaba el alcalde- ¡Debías de haberlo supuesto, hermana, esa baza se te ha escapado!

-¡Quién se lo iba a figurar! Jamás tuve una pista sobre ello, en fin, esperaremos, ¡pero que sepa esa zorra de Ana María que ni vestida de oro va a poder conmigo, eso ni lo sueñe!

-¡Miguel, no sabes cuánto he sufrido por ti!

-¡Antonio... Candela... cuánto me alegro de veros!

-Oye, ¿que tal te encuentras? -preguntó el hermano, después de largos meses sin verlo a consecuencia de una mala caída con el mulo que le tuvo postrado en cama largo tiempo- En el cortijo que estamos labrando de los padres de Candela nos enteremos por un vecino que vino al pueblo a herrar las bestias de lo tuyo. Cuando me contaron la injusticia que habían cometido contigo se me removieron las entrañas por no poder hacer nada. ¡Digo, acusarte a ti de ladrón, con lo noble y bueno que eres...!

-Ya ves hermano, el alcalde quiso quitarme del medio para tener el camino más despejado hacía Ani.

-Si, ya me contaron algo. ¡Ese depravado viejo verde se tiene luego por católico y por decente!

-Por su culpa lo pasé muy mal primero en el cuartel y luego en la cárcel. Mira, aún se me notan las cicatrices de las heridas.

-Ya te las veo Miguel, no tuvieron compasión de ti esos canallas.

-No te preocupes, ya ha pasado todo. Me extrañó, eso sí, no verte por aquí, pero ahora comprendo el motivo. En fin, dejemos las cosas malas, que algo bueno tendremos también que contarnos ¿no?

-Sí hermano, veo que eres muy perspicaz.

-¡Hombre Antonio, lo de Candela salta a la vista!

-Efectivamente Miguel -sonrió ella- tengo el gusto de informarte que vas a ser tío en breve y si quieres, por supuesto, contamos contigo para que seas el padrino.

-¡Por favor, no me podíais hacer un ofrecimiento más generoso! ¡Dadlo por hecho!

-Estupendo, ahora cuéntanos esa buena noticia que me ha dicho un pajarito -le pidió sonriendo Antonio.

-Después de tanto sufrir Ani, por fin le ha venido la suerte de su vida a la puerta heredando casi todo el capital de doña Ana, la maestra.

-¡Entonces... eran ciertos los rumores! -preguntó atónito el matrimonio.

-Como os cuento. Ha sido un detalle noble y generoso por parte de esa gran mujer.

-¡Y tanto -exclamó Candela- dejarle un capital así a una persona que no lleva ni tu sangre...!

-A veces los familiares son los menos merecedores de ello. En este caso no había, luego creo que la decisión de la señora ha sido acertada. -explicó Miguel.

-Y tú ¿que tal te llevas con ella, hermanito?

-Bien, muy bien, y no por lo acaecido estos días -bromeó- últimamente los dos lo hemos pasado muy mal estando muchas veces en el filo de la navaja, pero afortunadamente el gran amor que nos profesamos ha terminado uniéndonos más si cabe, a pesar...

Antonio, al callar su hermano, notó en él, cierto sentimiento, así que quiso indagar la causa.

-Te noto triste, alguna pena corroe tu felicidad.

-Sí,y sólo es por el pensamiento hacía Ani. La pobre ha sufrido demasiado en casa de los Monteoliva, sacrificándose en exceso por la curación de su padre.

-El alcalde no es trigo limpio -murmuró Antonio- nunca lo ha sido.

-¡Qué me vas a decir a mí, hermano! No os quiero ocultar aquí para nosotros el horrible hecho de que ha llegado a abusar de ella, dejándola embarazada.

-¡Qué dices Miguel... eso es terrible! -contestó convulso el hermano.

-Sí y más terrible que se tenga que guardar en el anonimato por tener comprada a la justicia. Como en el anonimato quedarán las palizas que a su costa me dieron a mí en el cuartelillo y en la cárcel.

-¡Canalla... miserable! Sin lugar a dudas os ha destrozado a los dos la vida. Y ella ¿cómo se encuentra? -preguntó Candela.

-Ani estaba ahogándose en un mar de lodo sin más escapatoria que claudicar al fin. Yo le propuse una solución, la de escaparnos juntos, y eso motivó, sin lugar a dudas, la maniobra del alcalde para llevarme a la cárcel y abortar lo que hubiera sido una derrota clara para él. Ahora a ella se le han abierto todas las puertas y ventanas del mundo. Le han lanzado a ese mar que trataba de engullirla todos los cabos habidos y por haber, de manera que agarrarse a ellos y salir ha sido todo una. Y por fin la vida la afronta desde una atalaya donde los vientos que soplan vienen cargados de paz y esperanza.

Aquel domingo siete de julio amaneció radiante para Ana María. Todas sus penas y preocupaciones se alejaban por la popa de su velero y por su proa, allá en la lontananza, divisaba un mar de calma y de bonanza. No había madrugado mucho. La noche la había pasado serena y tranquila, aunque sin dormir demasiado.

A veces, en los intervalos de vigilia, su mente recordaba a sus padres llenando de vida la casa. Y como no, las largas tardes con su madrina y amiga en la huerta llenándola de caricias y de buenos consejos. La felicidad, como nunca se quiere dar completa, se encarga de ir quitándonos cosas por el camino para que esa pérdida de bagaje sea la añoranza que lastimemos y su baza más determinante para ella.

-Hola Tiznón, ¿ya has acabado tu cuenco de leche? ¡Yo diría que sí a juzgar por como llevas los bigotes, ladronzuelo!

Guauuu...guauuu... ladró el perrito suave, queriendo contestarle y agradeciéndole el suculento desayuno.

-¡Primilla...primilla...! ¡Abre que soy yo! -llamó ardilosa Julia a la puerta.

-¡Ya va! ¡Dónde está el fuego!

-No mujer, es que vengo a recordarte que hoy es mi cumpleaños, ya sabes que nos llevamos menos de un mes las dos. Oye, quiero verte este mediodía en mi casa, mi madre ha matado una gallina del corral y nos hará un buen arroz con ella. Se lo he dicho también a Clara y a Angelitas, no me faltes.

-Claro que no. Allí estaré la primera, descuida.

-Pues hasta luego primilla; adiós Tiznón... perrito...

-¡Qué cabeza la mía -se quejó la muchacha- se me había pasado completamente! Voy ahora mismo al mercadillo a comprarle aunque sea un elástico para el pelo.

La calle estaba poblada a esa hora de la mañana y la plaza más. Los tenderetes se agolpaban entre sí, dejando calles intermedias libradas del sol de julio. Los gritos y los trajines de los tenderos se entremezclaban en el espacio, componiendo una anárquica sinfonía de voces y ruidos.

En un puesto, casi ya al fondo de la plaza, Ana María encontró lo que a primera vista era el regalo perfecto para su prima. Una cajita de música hecha artesanalmente.

-Buenos días señorita -se acercó preguntándole el tendero, un hombre bajito y barbudo, de fácil palabra- Te gusta, ¿verdad?

-Es preciosa buen hombre, ¿cuanto pide por ella?

-Vale mucho más, pero por ser para ti, te la dejo en veinte reales sólo.

-Está bien, me la quedo.

Salió contenta la muchacha del mercadillo pensando en la alegría que se llevaría Julia cuando la viese. Estaba segura de que le iba a gustar mucho.

-¡Hummm... qué bien huele en esta casa!

-Pasa primilla, te estábamos esperando.

-Hola tía Cándida, veo que sigue siendo tan buena cocinera como siempre.

-No creas sobrina, sólo me apaño -le contestó humilde la mujer.

-Y bien Julia, ¿así que ya te has hecho mujer de golpe?

-Pues sí, hoy es un día emotivo para mí al llegar a los dieciocho años.

-Tenéis muchas ganas de cumplirlos -advirtió Cándida desde el rincón meneando el arroz- Ya llegaréis a mi edad, ya, que entonces no tendréis tantas ganas de cumplir más.

-¡Pero qué dice, madre si usted es aún una chiquilla...!

-¡Sí sí chiquilla…! ¡Con mis años a la cola!

-Bueno -contestó Julia- ya quisiera yo estar así cuando llegue, si es que llego.

-¡Hija, no digas tonterías! Dios quiera que veas a tus nietos con cayado -bromeó con su humor serio la madre.

-¡Eso sí que sería vivir entonces! -exclamó Julia riéndose y contagiando también a Ana María.

-Oye, ven, que quiero que destapes esto a ver si te gusta -le pidió la invitada alargándole el regalo que traía envuelto en un papel de estraza.

-¿Un regalo? ¿Para mí? ¡Oh prima qué detallosa eres! –exclamó la muchacha abriéndolo con entusiasmo- ¡Maravilloso! ¡Qué cajita tan preciosa! Madre, ¿ha visto el detalle de Ana María?

-Pero ábrelo que veas la sorpresa. Mira, primero le das un poco de cuerda, así... y luego abres la tapa.

Unas finas notas de piano empezaron a sonar mientras una pareja de bailarines daba vueltas sobre una plataforma movible, figurando un grácil y bello baile de salón.

-¡Es lo más bonito que me han regalado nunca, muchas gracias!

-No hay de qué mujer, los cumpleaños deben de ser los días en los que se reciban cosas especiales...

-¿Se puede? -preguntaron las esperadas amigas, empujándole a la puerta.

-No sabíamos donde vivías Julia, pero el olor nos ha guiado -exclamó Angelitas.

-Otro piropo para usted tía, por ser tan buena cocinera -comentó Ana María.

-No, si al final tendréis razón... -murmuró Cándida.

-Muchachas, ¿queréis ver lo que me ha regalado mi primilla?

Las dos contemplaron el bonito baile de la pareja con agrado, comentando el detalle de buen gusto.

-Nosotras también te hemos traído algo dentro de nuestras fuerzas -informó Angelitas en nombre de las dos.

-Gracias amigas, para qué os habéis molestado, pues sabed que el verdadero regalo para mí es poder teneros a las dos como amigas.

El magnífico almuerzo les sirvió a todas para pasarse una de las tardes más maravillosas de sus vidas.

-Tía, mañana a las seis en punto en mi casa.

-Claro, allí estaremos.

Entre unas cosas y otras, llegó la muchacha a su casa casi de noche. En un papel llevaba unos huesos y un poquito de arroz para Tiznón, que también tenía derecho a participar de tan opíparo banquete. Subió a su cuarto encontrando al perrito sobre la esterilla, a los pies de la cama.

-Psss...psss Tiznón, ven perrito, mira lo que te ha traído tu ama...

Levantó primero sus orejitas y luego el rabo, hasta levantarse del todo desperezándose.

-¡Venga gandul, vamos abajo, que te eche la comida en tu cuenco.

En ese momento, un ruido sonó en su ventana, como si una piedra pequeña hubiese hecho impacto en ella. Un pensamiento le vino a la cabeza, pero... ¿será...? Abrió la hoja, comprobando con agrado que un bello y juncal mozo de ensortijado cabello negro la estaba mirando traspasado de amor con sus profundos y penetrantes ojos morunos. Era Miguel, su Miguel.

-Oye Ani, sal un momento al huerto -le susurró el herrerillo mirando para todos lados- Necesito verte.

-Vale, enseguida bajo. Ahora vete de ahí, que te siente la gente.

Bajó la muchacha las escalera a dos y a tres, casi pisando al perrito que la hubiera hecho caerse. Para no dejar en entredicho la coquetería femenina se alisó el cabello delante de un espejo pequeño que colgaba de la pared y después de dejarle la comida al celoso animal, abrió por fin la puerta que daba al huerto.

La noche se presentaba cálida y tranquila. Las madreselvas de la tapia se ondearon de repente, sintiéndose después el ruido como de un cuerpo al dejarse caer a poca altura. No podía ser otro. Allí, frente a ella, estaba, más guapo y atractivo que nunca, el hombre de sus sueños.

Lo único de malo que tienen los besos es que aprisionan a las palabras, aunque el lenguaje corporal, con muchas menos figuras ortográficas, es más sabio y tiene mejores expresiones.

-Ani, no podía dejar de verte esta noche y más sabiendo que mañana te vas a ver a tus padres.

-Has hecho bien Miguel, a mí tampoco me seducía la idea de pasar otro día sin verte pudiendo hacerlo. Además, tengo también muchas cosas que contarte.

-Me imagino que se irán volviendo buenas por fin.

-Claro tonto. ¿Sabes? Ayer ya pude disponer del dinero en una cuenta mía propia abierta por don Javier con mi autorización.

-¡Me alegro muchísimo Ani, por fin se te acabaron las estrecheces!

-Lo primero que voy a hacer es hablar con don Nicolás para que se le digan unas misas pagadas a la memoria eterna de mi madrina.

-Bien pensado, tu noble corazón no para de hacer buenas obras.

-¡Ojala pudiera devolverle la vida, entregaría de nuevo toda mi herencia si ello hiciera el milagro! En fin, mañana, como ya sabes, me marcho a ver a mis padres. Partimos a primera hora en el camión de Ángel hasta la venta, desde allí cogeremos un autobús que nos llevará hasta Granada y después en tren hasta Huelva.

-¡Menuda odisea...!

-Sí, es que Huelva no debe estar a la vuelta de la esquina. Por eso la pobre de mi madre se pasa los meses sin poder venir.

-Dales recuerdos a tus padres y deséales lo mejor a los dos.

-Se los daré de tu parte y ya te contaré a mi regreso.

-¡Cuidado, algo te sube por la pierna...! -exclamó Miguel agachándose y tocándosela.

-¡Ay ay...! ¿Qué es? -preguntó dando brincos la muchacha.

-Nada mujer -rió abiertamente el herrerillo- sólo era una broma que te he gastado para reírme de ti.

-¡Qué malo eres! -le protestó la joven dándole unos ligeros puñetazos en los hombros- ¡Te voy a...!

-¡Yo sí que te voy a comer a ti! -le susurró Miguel mirándola directamente a los ojos- pero eso sí, poquito a poquito.

-¡Bribón, me tienes enamoradita perdida! ¿Cómo lo haces?

-Eso es un secreto que tenemos muy bien guardado los guapos y no se puede decir...

Las bromas, risotadas, jueguecitos nerviosos y demás incoherencias propias de enamorados, llenaron una noche envuelta en fragancias amorosas, mezcladas con perfume de jazmín.

Cansadas, y sin apenas dormir durante dos noches, llegaron a los dos días por fin, Ana María, su tía y su primilla, a la puerta del centro de rehabilitación. Nadie sabía de su llegada, por lo que nadie salió a recibirlas.

Un gran edificio renacentista se erguía a sus pies, pétreo e imperturbable. Una gran y alta puerta, abierta por una de sus hojas, les franqueaba la entrada invitándolas a pasar.

-Buenas tardes, perdone -preguntó Ana María a un portero ataviado con un impecable uniforme gris- somos familiares de un paciente aquí ingresado, queríamos...

-Esperen, por favor -les pidió amablemente el empleado- enseguida les atienden.

-Sí, ¿qué desean? -preguntó una señora saliendo de una pequeña habitación a modo de recepción.

-Perdone, preguntamos por José Lozano Ruiz, mi padre, por más señas.

-Sí, efectivamente -les contestó la recepcionista después de mirar unos listados- El celador las conducirá hasta su habitación enseguida.

-Quisiera, si es posible -continuó Ana María- poder entrevistarme luego con el señor director.

-Enseguida compruebo si se encuentra en este momento y se lo hago saber.

-Muchas gracias -contestó educada la muchacha- espero sus noticias.

-Aquí es -les informó el portero, una vez las hubo guiado hasta el sitio.

Ana María abrió despacio la puerta de la habitación. Era amplia, aunque austera y funcional. Una gran cama de matrimonio la dominaba, encontrando a su padre acostado sobre ella, al parecer dormido. María, sentada en una pequeña mecedora que había en un rincón, se entretenía haciendo punto.

Una ligera sensación, un aire de repente, le hizo a la mujer mirar instintivamente hacía la puerta lanzando a continuación un grito de felicidad, que acabó por despertar a José.

-¡Ana María...hija! ¿Tú aquí?

-¡Madre...padre... qué felicidad siento al veros! -les contestó llorando a más no poder y abrazándose a los dos.

-Pero... hija… -preguntó el padre aturdido por la visión- ¿Es posible que no me estén engañando mis ojos?

-No padre, sus ojos están perfectamente, como yo espero que se encuentre usted.

-No me puedo encontrar ya mejor, viéndote aquí.

-Os tengo preparada otra sorpresa agradable... pasad ya.

Al decir esto entraron Cándida y su hija por fin a la habitación fundiéndose las dos en abrazos con el matrimonio, mientras todos se deshacían en llantos y en caricias.

-¡Cándida...Julia... vosotras también...! ¡Lo que nos ha pasado hoy es lo más grande del mundo! -exclamó María- ¡Gracias Dios mío...!

El encuentro fue muy emotivo y si cabe, al ser del todo inesperado por el matrimonio, como un revulsivo para José, tanto, que le insufló fuerzas para darles a ellas otra inesperada sorpresa.

-Apartad un momento -les comentó, pidiéndoles que se retiraran del lado de la cama- esto lo voy a hacer por vosotras.

Todas callaron mirando fijamente los movimientos del paciente, viendo, sin terminar de creérselo, cómo bajaba de la cama sin ayuda de nadie y se incorporaba andando unos pasos por la habitación.

-¡Padre...! -exclamó hilarante la hija- ¡Por fin algo ha valido la pena este sufrimiento mutuo!

-José no sabes la alegría que nos das de poder verte caminar -contestaron Cándida y su hija.

Un celador, con una silla de ruedas, más tarde sacó a José al jardín, acompañado por toda la comitiva. El sitio era ideal. Un paseo grande y espacioso, dominando el centro del jardín, lo acotaban varios macizos de bellas flores. Y decorando el espacio a cierta altura, proyectando sus grandes sombras, una cantidad enorme de pinos, casi todos centenarios.

-Ana María -le preguntó la madre- ¿Cómo has seguido apañándotelas en el pueblo, ¿sigues...?

-No. Seguí un tiempo, sí, y acabo de ver con satisfacción que todos los jirones de la vida que me dejé allí han valido la pena.

-¡Qué buena eres hija!

-Buena no, madre, sólo he antepuesto a todo lo mío vuestras necesidades y vuestra felicidad, que es la mía también.

Ana María, que llevaba a su progenitor en la silla, se paró al lado de un banco de piedra, casi camuflado por un gran rosal, sentándose en él.

-¡Padre, cuánto le echo de menos en casa! Veo su sitio vacío, su botella de vino, su vaso... ansío el momento de tenerlo de nuevo allí.

-Lo sé hija -le contestó él sacándose un pañuelo de su camisa- yo también echo de menos tu presencia.

-Ahora, esto se va a acabar pronto pues su recuperación es ya todo un hecho.

-Buenos progresos llevo, ya me has visto. El médico me ha dicho que si sigo así para antes de Navidad podré estar en casa.

-Y así será padre, no lo dude usted, pues es un hombre fuerte y decidido.

Ana María se levantó, dejando sitio a Cándida que quedó a su cuidado.

-Madre, venga, demos un paseo y hablemos de muchas cosas que quiero contarle.

El marco incomparable para el paseo, unido al efluvio balsámico que destilaban los pinos, era el ideal para abrirle ese canal de comunicación que necesitaba sin falta y poner a su madre al día de muchas cosas.

-La veo a usted muy bien, sin cuentos.

-El ver a tu padre tan animado y tan confiado me ha hecho rejuvenecer.

-Madre, lo primero que quiero decirle es doloroso, pero debe de saberlo. La comadre Ana murió en Granada el día veintiocho del mes pasado, hace ahora doce días.

-¡Jesús! -se santiguó la madre- ¡Pobre mujer, con lo buena que era!

-Así es y en su bondad, en su generosidad, y por quererlos a ustedes tanto y a mí como a la hija que no tuvo, ha tenido el inmenso detalle de dejarme parte de su herencia.

-¿Su herencia? ¿Es posible que haya hecho eso?

-Es posible y de hecho ya estoy disfrutándola, ¿si no cómo cree que hemos podido venir a verles? Ella nos quería demasiado y con estos bienes ha venido a aclararnos el futuro y a quitarnos todas las penas de golpe. Por eso quiero que sepa que, a partir de ahora, me hago cargo yo de los gastos de padre. Así se lo comunicaré también al director de este centro, con el que estoy citado.

-¡Por fin! -exclamó María soltando un aire que le oprimía el pecho- ¡Ahora podremos mandarle a nuestro dinero, cerrándole la puerta en las narices a esos seres tan despreciables!

-Sí, madre, todo tiene su fin, pero tampoco la soberbia es buena.

-Tu padre estará encantado de enterarse, voy a decírselo- le contestó a su hija ignorando el ultimo comentario.

-Espere, no corra tanto que no he terminado aún.

-Hija, se te ha entristecido la mirada.

-Sí, porque debe usted de saber... ¡que estoy embarazada!

La mano derecha de María corrió a su cara, para evitar que un grito atroz de escapara de su boca, mientras su cuerpo se estremecía ante la terrible noticia.

-Madre, aquel día, aquel sólo día bastó para...

-¿Y de cuanto tiempo estás?

-Debo de andar por los cinco meses.

-¿Lo sabe Miguel?

-Sí, nada he querido ocultarle, está al corriente de todo y no le importa, pues su comprensión hacía mí no tiene límites.

-¡Gracias a Dios, no merecías perderlo por esta canallada del cacique!

-Sabe que no he tenido yo la culpa, me escuchó y me apoyó en todo.

-No me equivocaba con él Ana María, siempre he sabido de su nobleza. ¿Qué pensáis hacer?

-Casarnos, madre. Ahora que puedo, os llevaré al pueblo para que su tío y usted sean mis padrinos.

-Está bien hija, sólo te pido que no os descuidéis, que esas cosas no se pueden ocultar.

-Lo sé, ahora sólo falta que con toda la diplomacia del mundo y con toda la tranquilidad, ponga usted a padre en antecedentes estos días. Confío en su tacto y en su sentido de madre para ello.

-Me dejas una difícil papeleta, pero lo intentaré, aunque ya sabes cómo es él.

-Sí lo sé, pero hay que hacerlo. Madre...

-Dime.

-¡Me hacía tanta falta sentirme a su lado...!

Al día siguiente partieron de vuelta sin más novedad, no sin haber dejado la joven el asunto resuelto con el director.

-¿Quieres que te acompañe mañana, Ani? -le preguntó el herrerillo preocupado, tratando de convencerla.

-No, he esperado y deseado largo tiempo que este milagro se produjese, ahora esto es cosa mía.

-Pero... puede ser peligroso -replicó inquieto.

-No te lo oculto, aunque no por ello voy a ir con miedo; bastante tiempo lo he tenido ya. Ahora quiero entrar allí con la cabeza bien alta y por derecho, sintiéndome por primera vez persona en casa de los Monteoliva. Los tiempos de esclava ya se han acabado.

-No sé... ten en cuenta que saldrá lo del embarazo.

-¡Y qué! Ese hijo es mío, solo mío. Él no merece ser su padre.

La conversación que tenían en el huerto no le daba buena espina a Miguel. Sabía que entrar en esa casa y provocarlos era como hurgar en un avispero. No era buena idea. Y el seguía en vano tratando de convencerla y dar por terminadas, sin ir allí, las relaciones con ellos. Pero la muchacha estaba demasiado alterada. La opresión y la violación a que había sido sometida le estaban punzando su dignidad y, ahora, la posición tan privilegiada sobre la que se apoyaba le daba unas alas demasiado poderosas, aunque también inconscientes.

-Está bien, hazlo como tú creas conveniente -cedió el herrerillo, viendo que no había nada que hacer- pero por favor, ten mucho cuidado.

Serían las once de la mañana de aquel fatídico sábado trece de julio cuando la muchacha subió pausada las escaleras de entrada a la mansión. Dos ligeros golpes sonaron en una puerta que enseguida abrió Gracia.

-¡Ana María -le habló nerviosa la cocinera- aún estás a tiempo, vete por favor las cosas no andan bien por aquí!

-Gracias por tu interés, pero no pienso achicarme más delante de estos degenerados.

-Está bien, veo que no te voy a convencer, pasa, ellos ya te están esperando.

Ana María, acompañada por Gracia, penetró en la sala, dando los buenos días fríamente.

-Adelante, estás en tu casa -le pidió la señorica al verla entrar.

La muchacha la miró impasible, haciendo lo mismo con el alcalde.

-Siéntate -le pidió él.

-No, perdonadme que no lo haga, prefiero estar de pie.

-Bien, como quieras -asintió don Álvaro- Creo que tenías algo que decirnos, ¿no es cierto?

-Así es. Cosas que no puedo callar por más tiempo y que deben de oír ustedes.

-Como por ejemplo -cortó doña Loreto- que estás esperando un hijo de mi hermano.

-Veo que está bien informada, como siempre, pues efectivamente eso es cierto.

-Mira muchacha -prosiguió la señorica- Sé que a veces no nos hemos portado tan bien contigo como hubiésemos querido, pero las circunstancias en algunos momentos llegaron a imposibilitarlo. Hemos tratado, por otra parte, de compensar esa carencia, haciendo una obra de caridad con tu padre y contigo misma.

Las hipócritas palabras de doña Loreto le estaban revolviendo las tripas, aunque tuvo fortaleza de momento para contenerse.

-Aquí esperamos que te hayas sentido como en tu casa, pues nosotros hemos intentado por todos los medios que así fuese. Viendo ahora las circunstancias en las que estás, creemos mi hermano y yo que lo mejor sería... no sé... casarte con él y darle un padre, un verdadero padre a tu hijo.

-¡Basta ya -exclamó encolerizada la joven- estoy harta de oír sandeces! Me da asco toda esa sarta de mentiras, señorica, cada vez que abre usted la boca me revuelve más el estómago.

-Ana María, por favor... -terció el alcalde.

-¡Y usted cállese también, violador, menuda familia de aprovechados y de canallas!

-¡No tolero...! -gritó enfurecido don Álvaro.

-¡Usted me va a tolerar eso y más! Sabía de sobra mi necesidad de dinero para poder ayudar a mis padres y también sabía de sobra que yo era una muchacha cándida y pura. No les importó a los dos pisotear mis sentimientos, urdiendo un abominable plan para violarme, mancillarme y hundirme.
Todo lo tenían bien planeado. ¡Qué lástima me da que mi padre haya servido de conejillo de indias para echarme a mí en la red! Paralítico… ¿me oyen? ¡Paralítico hubiera preferido verlo toda su vida antes que pasar por esto! ¡Pero que tonta fui llegando a pensar por un momento en la buena fe de ustedes! Ingenua. ¡Sí estaba entrando y saliendo de una madriguera de lobos, claro, al final no podía por menos que ser su propia carroña!

-¡Se te han subido mucho los humos a la cabeza desde que has heredado! -le reprochó con rabia y envidia la señorica.

-Los humos los tengo igual, en lo que sólo tiene usted razón es en lo último. Al final, esta vida, que es una noria, lo mismo que te tiene en la barquilla de abajo te eleva también a veces encumbrándote en lo más alto.

-¡No creas -vociferó el alcalde - que por que te veas con casas y con dinero te vemos nosotros diferente!

-No me hace falta vuestra opinión, yo con dinero o sin él, seguiré siendo la misma persona para mis amigos; con ustedes sí que seré bien distinta.

-¡Pobre niña con dinero o sin él, como dices, te tendrás que someter a nosotros y seguirás siendo nuestra presa! No voy a consentir tener a un Monteoliva rodando por ahí.

-¡Escúcheme usted y escúcheme bien, pues no voy a andar repitiéndoselo! ¡Este hijo ya tiene un padre, que es Miguel!

-¡No lo permitiré! ¡Mi hijo no es de nadie sino mío! -gritó exasperado y haciendo aspavientos un desquiciado don Álvaro.

-¿No? ¿Y cómo lo va a impedir?

Sin apenas haber terminado de decir esas palabras la muchacha el cacique, dando un salto hacia una estantería con libros y objetos, activó un resorte secreto camuflado entre ellos, apareciendo una oquedad en la pared donde tenía escondida una escopeta de caza.

-¡La escopeta! -gritó fuera de sí Ana María- ¡Esa es la escopeta con la que culpó a Miguel, miserable! ¡Y la tenía ahí escondida!

-Así es y lo que siento es que ese ladrón no se esté pudriendo ahora mismo en la cárcel.

-¡Si estuviese él aquí le mataría con sus propias manos, canalla! -le contestó valiente la muchacha.

-¡O yo a él, como voy a hacer contigo, pues si no vas a ser para mí no lo serás para nadie! -le amenazó encañonándola con el arma.

-¡Adelante, dispare si tiene lo que hay que tener! Eso sí sabe hacerlo bien, matar a inocentes. ¡Usted y todos los de su calaña son iguales!

-¡Calla de una vez, maldita bruja! -gritó sudoroso el cacique con el dedo pegado al gatillo.

-¡Álvaro! ¿Qué vas a hacer? -terció la hermana viendo el peligro real- ¡Piensa que lleva un hijo tuyo en las entrañas!

-¡Cállate hermana, un hijo mío que lo van a criar cuatro gentuzas por ahí! ¡No lo consentiré, antes la mato! -le gritó decidido a disparar, fuera de sí.

-Noooo -se movió de prisa la señorica lanzando un grito terrorífico y llegando a volar lejos de su silla de ruedas para caer junto a sus espaldas.

El alcalde, a consecuencia del impacto inesperado, cayó de bruces pillándose la escopeta debajo, con tan mala fortuna, que se disparó sobre su pecho una vez en el suelo.

Ana María se agarró del sillón horrorizada por la visión del suceso sin parar de chillar histérica.

-¡Muchacha por favor, quítale la escopeta de debajo a mi hermano, vaya que se le dispare el otro tiro! -le pidió la señorica tratando de inculparla a ella.

Ana María, en ese momento de nervios, no reparó en que estaba siendo víctima de otra nueva trampa por parte de la malvada mujer, por lo que la obedeció, tirando de la culata del arma hasta tenerla en sus manos. La puerta de la sala se abrió entonces, entrando raudas las dos hermanas alertadas por el tiro, a ver que había pasado.

La visión que tuvieron nada más entrar y ver al alcalde tirado en el suelo y a Ana María con el arma en las manos fue horrorosa, llegando a confundirlas.

-¡Maldita muchacha, ha matado a mi hermano! ¡Criminal...! -gritó enloquecida la señorica- ¡Levantadme y apartad a esa asesina de mi vista...!

La joven, medio tartamudeando por el terrible impacto, no pudo reaccionar ni, en consecuencia, defenderse. Asustado también el mozo de cuadras, llegó a la sala en ese momento.

-¡Don Álvaro… don Álvaro... -lo llamó, moviéndole a ver si todavía estaba con vida.

-¡Rápido! -le gritó la señorica- Llégate urgente a llamar al médico. ¡Por favor, que viva mi hermano, que es lo único que me queda...!

-¡Eloísa, corre y hazle una tila a las dos! -le pidió su hermana.

-¡No, a esa ni agua! -exclamó casi ronca doña Loreto- ¡Ni agua, que ha matado a mi hermano!.

-¡Cálmese señorica, ella no ha podido hacer una cosa así!

-¿Me lo vas a negar a mí, que lo he visto con mis propios ojos? - increpó furibunda a la criada.

No tardó en venir el medico, como no tardaron en llegar los civiles, con el sargento Bonilla a la cabeza.

-¡Rápido, tráiganme unas compresas de agua fría, hay que taponar esta gran herida, aún vive! -pidió el médico- Por favor, despejen todos la habitación, necesito espacio.

Salieron doña Loreto, Ana María y el sargento, dejando sólo al médico y a Gracia que trataba de ayudarle como podía.

-¡Sargento -le pidió con aspavientos doña Loreto- deténla! ¿A qué esperas? ¡No la dejes escapar pues ella ha sido la asesina de mi hermano!

-¿Que dice usted, condenada? -se defendió la muchacha- ¡Sabe de sobra que ha sido un accidente y que yo no he tenido nada que ver!

-¡Cabo, póngale las esposas inmediatamente a la inculpada! ¡Pagará caro lo que le acaba de hacer a mi amigo don Álvaro!

-¡Eso es Bonilla, aún queda justicia en el mundo! -le jaleó doña Loreto.

-¡Maldita sea! -gritó el galeno- Presiona aquí fuerte en el pecho -le pidió a una horrorizada cocinera, haciendo ésta de improvisada enfermera- ¡Ha entrado en parada cardiorrespiratoria, se me está yendo! ¡Un... dos... tres...! ¡Un... dos... tres...! -contaba agitado para a continuación practicar el masaje cardíaco- ¡Nada, que no responde! Otra vez... un... dos.... ¡nada, se me ha ido Gracia, se me ha ido...!

-Doctor, usted ha hecho lo que humanamente ha podido, no se martirice más -consoló la muchacha al abatido médico, que movía la cabeza en señal negativa.

-Busque una sabana blanca por ahí y cúbralo sin dejar pasar a nadie.

-Sí doctor, enseguida.

El medico abrió la puerta, cerrándola otra vez a su paso, y se dirigió hasta donde estaba llorando la señorica.

-Señora...

-¡Dígame algo bueno doctor...!

-Lo siento, créame, he hecho todo lo que ha estado en mi mano, pero... don Álvaro acaba de fallecer.

-¡Nooo! -chilló doña Loreto al oír aquellas dolorosas palabras- ¡No es posible! ¡Mi hermano muerto... lo único que me quedaba en la vida!

-Bonilla -le llamó aparte don Luís- Ya puedes comunicarle al juez el suceso.

-Así lo haré.

-¡Llévense de mi vista a esta desagradecida, a esta asesina...! –siguió gritando fuera de si la señorica- ¡Haré que se pudra en la cárcel!

-Cabo Lupión, llévese a la muchacha al cuartelillo, está acusada de asesinar al alcalde.

La plaza al poco rato del suceso estaba ya abarrotada. La noticia había corrido de boca en boca y un revuelo enorme se formó en los aledaños de la mansión.

Miguel estaba en primera fila, junto a Cándida, su hija y varias amigas más, que veían con impotencia cómo Ana María era conducida hasta el cuartelillo, esposada y custodiada por la pareja.

En esos instantes entraba el juez de paz titular don Blas Archilla acompañado del sargento para visionar el cadáver, a la espera del juez de instrucción y del forense que serían los que levantarían por fin el cuerpo. Más de cinco horas se tuvo que esperar para ello, dada la lejanía de la cabeza del partido judicial.

Un enorme turismo Ford estaba dando la vuelta a la plaza, apartando a los curiosos con su bocina pues eran aún muchas las personas todavía congregadas en la plaza.

-¡Paso a su señoría! -gritó con la cara roja Luciano, haciéndose notar.

-¡A sus ordenes señoría! -se cuadraron el sargento y el cabo- Síganme, les conduciré hasta el cadáver -les pidió el sargento.

El juez, vestido con un traje negro a rayas, que le disimulaba un poco su gordo cuerpo, entró, quitándose el bombín, a la casa del finado siguiendo al sargento, cosa que hizo también un espigado y joven médico forense, maletín en mano.

Sobre media hora estuvieron dentro las autoridades hasta que por fin volvieron a salir escoltados por la benemérita. Un silencio reverente se hizo entre la multitud, cuando, tomando la palabra el sargento, informó a los congregados de una manera oficial acerca del suceso.

Los operarios de la funeraria contratada entraron con el ataúd a la casa, depositando el cadáver dentro, llevándoselo posteriormente al cementerio, donde al día siguiente a primera hora se procedería a practicarle la autopsia, deduciendo con ello, las verdaderas causas de su muerte. El forense aceptando la amable invitación de su colega médico se alojó en su casa esa noche, mientras que el juez de instrucción marchó sin más, despejando con ello la concurrida hasta entonces plaza que esa noche olía a sangre y a justicia.

La noticia de la muerte del cacique, como no podía ser de otra manera, traspasó fronteras y se extendió por toda la provincia como un reguero de pólvora. Eran muchos los que pedían la muerte de la muchacha para saldar la del alcalde. Como si muriendo otra persona, fueran a devolverle la vida al difunto.

Sobre las cuatro de la mañana llegaba al cuartel el capitán de zona de la Guardia Civil, acompañado por varios agentes más, expertos todos ellos en analizar científicamente los macabros lugares.

Eran muchos los familiares y amigos de Ana María que se habían trasladado a las mismas puertas de la dependencia en donde la tenían arrestada.

Miguel lloraba desconsoladamente, quejándose de no ser escuchado por ella en sus advertencias.

-¡Mira que se lo dije, Clara, mira que se lo dije...! ¡Déjalo, no vayas más a esa casa, que siempre ha sido tu ruina, pero no me escuchó ni quiso que yo la acompañase!

-No sufras más, estaría para ella. No sé lo que habrá podido pasar allí dentro, pero de lo que sí estoy segura es que Ana María es totalmente inocente.

-¡Por supuesto! ¡Eso no se puede discutir por nadie que la conozca bien! -contestaron todas las del grupo.

-¡A ver! -preguntó autoritario el sargento Bonilla, dirigiéndose a ellos- ¿Se puede saber que estáis haciendo aquí? ¡Largo inmediatamente!

El herrerillo, con los recuerdos aún frescos de las palizas recibidas por él, le echó coraje contestándole:

-Estamos en una calle que es de todos y además no estamos haciendo daño a nadie que yo sepa.

-¡Mira chaval, tu mala memoria está a punto de perjudicarte, así que...!

-¡Mi sargento! -gritó el cabo providencialmente cuando Miguel le iba a contestar- Le llama el capitán Nieto.

-Dile que enseguida voy. Te salva la campana muchacho, pero si me vuelvo a asomar y os veo aquí de nuevo te prometo que no responderé de mis actos.

-Déjalo Miguel -le aconsejó Angelitas -es un prepotente y un arrogante, no vale la pena meterte en líos por su culpa, además, en tu situación no te conviene para nada.

-Sí, tienes razón.

-Veniros para mi casa -les pidió Cándida- nos haremos algo caliente y podremos hablar más tranquilos allí.

Todos secundaron la idea de la mujer, dejando libre, como quería el sargento, la puerta de su cuartel.

-Muchacha -preguntó educadamente el capitán acompañado por el sargento, ya en el interrogatorio- cuéntanos la verdad, es importante que lo hagas pues de ello depende tu futuro.

Ana María, desconcertada y hundida anímicamente, fue relatando con cierta parsimonia toda la película de los hechos, callando a veces, como si no estuviera segura de que eso hubiera pasado.

-Así que tú no le mataste, sólo fue un accidente.

-Así es señor y aún a pesar de ser doña Loreto la que me ha acusado, tengo que admitir que le debo la vida a ella pues sin su concurso ahora la difunta sería yo.

-Bien, me parece coherente y para nada fingido lo que acabas de relatarme muchacha, lo que no me parece tanto es que si doña Loreto te salvó la vida por qué luego te inculpó. Bueno, de todas formas nosotros tendremos que corroborar todo eso y escuchar también la versión de la otra testigo ocular que había en la sala.
Ahora descansa, mañana seguiremos con esto. Lleváosla a los calabozos -ordenó a sus subordinados.

-¿Qué le parece a usted, mi capitán?

-No lo sé Bonilla, no sé lo que pudo pasar allí dentro, pero esa muchacha parece sincera y me miraba de una manera tan dulce y calida...

-¿Y dice usted doña Loreto que venía con la escopeta que Miguel le robó a su hermano?

-Así es -contestó fría la señorica- no sé dónde diablos la traía escondida pues la criada que le abrió la puerta no le notó nada.

-¿Y no le parece... -continuó preguntando el capitán- que Ana María no es precisamente una muchacha que entienda de montar y desmontar armas?

-Mire, ya se lo he dicho. Entró en la habitación, sacó el arma y nos estuvo encañonado después de ponernos como trapos viejos. A esa niña se le ha tenido que ir la cabeza, con lo que hemos hecho mi hermano y yo por ella.

-Siempre -prosiguió el capitán- suele haber un móvil para todos los crímenes, luego, alguna cosa debería de existir entre ustedes.

-Nada, se lo juro capitán, sólo que mi hermano la pretendía y ella puede que se sintiera presionada algo por él, no lo sé. O tal vez haya sido pura venganza por denunciar mi hermano a Miguel, el mozo que la cortejaba, creyendo que lo habría hecho por quitárselo de encima. Le digo que no lo sé, ¿quién puede entender la mente de una asesina?

-Bueno -contestó tajante el capitán Nieto- de momento sólo presunta, no adelantemos acontecimientos pues esto al final lo decidirá la justicia ¿No lo cree usted así?

-¡Claro...claro... pero que no le quepa duda de que esa mal nacida, se verá donde tiene que verse!

No había más por esa noche. El capitán marchó a descansar. El día siguiente sería largo y complicado.

Sobre las nueve de la mañana siguiente pidió de nuevo que la condujeran a su presencia. El despacho del sargento estaba a esa hora todavía frío y semioscuro. La ventana, al abrirla, dio un ligero chasquido al estar algo embotada por la humedad.

-Buenos días muchacha, siéntate. Estás metida en una buena, no sé si lo sabes. Eres la sospechosa número uno de la violenta muerte de toda una institución en la comarca. Si fuera por muchos a estas horas ya estarías linchada y colgada de la veleta de la torre y no creas que a mí no me han presionado para que no presuma tu inocencia como lo estoy haciendo.

-Se lo agradezco señor. Esas gentes de las que usted habla no conocen ese adorno tan bonito que lleva en el pelo la justicia, como es la presunción de inocencia. Es fácil hacer un juicio rápido sin conocimiento de causa y sin un mínimo discernimiento.

-¿Tú has estudiado? -le preguntó sorprendido el oficial.

-En absoluto señor, sólo lo básico para saber leer y escribir.

-Pues ha sido una pena, porque... en fin... ¿por dónde íbamos? Ah si, nada, te iba a decir que llevas mucha razón en lo que acabas de hablar y además lo has explicado muy bien y muy filosófico.

-Muchas gracias capitán, se le ve a usted muy buena persona.

-Ni buena ni mala, sólo un agente de la autoridad que quiere justicia a su alrededor y no precisamente la del Talión.

-Don Álvaro volaba los vientos por ti ¿verdad?

-Sí capitán, desde antes de servir en su casa ya me estaba acosando y haciéndome ver el hombre tan importante que era. Luego, una vez dentro, su hermana y ella trazaron un plan para...

La muchacha calló, tapándose con sus sucias manos la cara, rompiendo seguidamente a llorar.

-Ana María, ¿qué te pasa? ¿Qué ocultas?

-Mire capitán, sé que esto ya no va a servir para nada, pero aun así quiero contarle, confesarle más bien, que ese hombre al que todos admiraban y sobre todo respetaban, abusó de mí, dejándome como estoy, embarazada.

-¿Qué dices muchacha, es eso cierto?

-Tan cierto como que me tengo que morir yo también. Me violó sin contemplaciones hace unos meses, aprovechando un viaje calculado a uno de sus cortijos.

-¿No denunciaste el caso? Con la edad que tendrías podría haber sido condenado por estupro.

-¿Condenado? No me haga usted reír. No se puede condenar a una persona que tiene comprada la opinión y la justicia.

-¡La justicia no se puede comprar Ana María! -contestó enérgico el capitán.

-¡Ojalá fuesen todos como usted! El alcalde quería que yo me casase con él. Esa noche se puso furioso –continuó dando un giro a la conversación la muchacha- y sacó el arma de detrás de una falsa pared que tenía camuflada entre los libros, la misma que el escondió acusando de su desaparición a mi novio. Luego me encañonó, amenazándome con matarme si me iba de esa casa. Lo vi decidido a hacerlo y lo habría hecho si la hermana, recordándole que yo llevaba un hijo suyo en mis entrañas, no se hubiese lanzado sobre él, consiguiendo tirarlo, con tan mala fortuna que cayeron los dos rodando, pillando el alcalde el arma debajo suya y disparándosele de golpe, con un tiro a bocajarro mortal de necesidad. Esa es mi versión y además la verdadera, capitán.

-Sólo una pregunta Ana María, ¿cómo se explica entonces que aparezcan tus huellas por toda la escopeta?

-La señorica me tendió una trampa que yo en mi nerviosismo no supe captar.

-Niña -le contestó sereno el oficial- tengo una fuerte sensación de que dices la verdad; por ello a mí ya me has convencido, ahora sólo falta que convenzas al juez.

-¿Se puede? -preguntó una voz que le resultó familiar a ella.

-Pasen ustedes. ¿Con quién tengo el gusto de hablar? -preguntó el capitán.

-Con Javier Castro, abogado, y mi colega don Rafael Álvarez.

-José Nieto, capitán de zona de la Guardia Civil.

-Encantados.

-Ana María... muchacha, ¿qué ha pasado? -preguntó cogiéndola de las manos don Javier.

-¡Gracias a Dios que ha venido usted! Estoy inmersa en una situación que se me ha venido encima sin comerlo ni beberlo.

-No te preocupes.

-¿Qué cargos se le imputan, capitán?

-Asesinato en primer grado con arma de fuego y además con alevosía y premeditación.

-Graves son, efectivamente -murmuró el abogado- pero naturalmente habrá que demostrarlos en un juicio. Mira Ana María, este es un colega mío. Él se ocupará de tu caso puesto que yo no me dedico a criminología, pero te aseguro ahora que no nos oye que es el mejor en su clase.

-Encantada don Rafael -contestó la muchacha estrechándole la mano.

El entierro del alcalde, verificado dos días después del suceso, desbordó todas las previsiones de afluencia de gente. Un verdadero hervidero se congregó ese día en el pueblo para brindar su último adiós a la persona que había movido durante tantos años sus hilos.

Personalidades de toda la provincia, dieron esplendor, glamour y distinción al óbito de su más distinguido e influyente regidor. La negrura de la noche, tamizando de oscuro los verdes y austeros cipreses, selló para siempre la vida de un ser que pensó que el poder y las riquezas lo harían eterno.

Mientras salía el juicio, tuvo que soportar Ana María las duras penalidades de la vida en la cárcel. Las peticiones de libertad condicional bajo fianza no prosperaron con un juez que recibiera en esos días la visita discreta y sospechosa de la señorica en su casa.

Los malos olores allí dentro, la mala comida y los malos tratos que recibía la muchacha, unidos a las molestias propias del embarazo, iban minando día a día su salud.

Don Javier y su colega, en sus continuas visitas a la cárcel, le procuraban dar los ánimos necesarios para poder sobrellevarlo. No tardaron mucho los dos abogados en llevarle por fin una buena noticia.

-Ana María, el tres de septiembre tenemos la vista. No te oculto que el mismo juez corrupto que lleva el caso será el que te juzgue, pero velaremos armas para que esta vez no se salga con la suya. Estamos seguros de tu inocencia y por ello lucharemos con denuedo por facilitarte la absolución. En nuestra contra estará también la repercusión tan grande que ha tenido la noticia en los diarios. Los caciques son todavía muchos en Andalucía.

-Y en La Alpujarra más -aseveró don Rafael.

-Efectivamente amigo y en La Alpujarra más. Son como una especie de vacas sagradas del Nilo, aunque somos muchos los que creemos que son una especie en extinción.

-¡Dios os oiga! -deseó la joven.

-En fin tú tranquila, que verás como todo llega a su sitio.

-Vale, nos vemos entonces ese día ¿verdad?

-Así es Ana María, allí estaremos a tu lado.

La sala de vistas estaba de bote en bote y en la calle unas pancartas alusivas al crimen que portaban personas defensoras de lo indefendible, pidiendo con ellas su justicia mortal para la "asesina".

El juez, parcial de todo punto, escuchó al final las conclusiones tanto de la fiscalía como del abogado defensor sin inmutarse, pues su veredicto se lo sabía de memoria, aunque don Rafael, conocedor como nadie de las leyes, articuló una brillante defensa.

Doña Loreto se retorcía en su silla cada vez que el magnífico abogado levantaba los murmullos aprobatorios de una parte de la sala. Pero el dinero, ese vil metal, unido y como instrumento a unas poderosas ganas de venganza obraron el milagro apetecido por la malvada señorica.

-Por tanto... -hizo pública su sentencia el juez ante el silencio general de la sala- debo condenar y condeno a...

Ante ese inacabado veredicto Ana María sufrió una ligera lipotimia que la hizo caer sobre su silla.

-Si la acusada pues se encuentra consciente... -exclamó impasible el juez- la condeno a treinta años y un día de prisión mayor por un delito demostrado de asesinato en primer grado con todos los agravantes especificados en el juicio y...

Los ojos de doña Loreto brillaron como el sol mañanero, cruzándose disimuladamente con los del juez traidor. Había ganado una vez más sin importarle las consecuencias que conllevaría esa sentencia para Ana María y para su futuro sobrino.

La injusta acusada terminó de escuchar de pie, resignada, la sentencia, llorando por su Miguel que lo tenía bien cerca, más que por ella, aunque ni siquiera se atrevió a mirarlo. Sus ojos, como no, lloraban también con mucha pena porque su hijo iba a nacer en un sitio tan nefasto y tan degradante. Ahora la vida volvía a bajar su barquilla desde lo más alto hasta el más profundo de los abismos. Sería su sino.

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